Cruces y caramelos descansan antes de la procesión, tranquilos, relajados, unos sabedores de lo efímero de su existencia placentera y los otros orgullosos de la fe que simbolizan.
Los últimos detalles se dan con primor, dándoles a las flores un baño de nutritiva agua.
Aquí os presentamos un documento exclusivo para los arqueólogos, en el que se aprecia perfectamente que los músicos romanos también eran adictos al “tabacus”, pero ya entonces usaban el “filtrus”, para que sus pulmones no se resintieran al soplar los instrumentos de ventosos.
Y como no, en todas las fiestas se puede observar individuos curiosos entre la fauna popular: el Don y Doña poderos@ que portan el ostentoso bastón de mando y traje engomado, frente al humilde y anónimo capuchino, verdadero centro de esta tradición.
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